Esta carta es personal y no involucra al resto del staff de Bichos de Campo. Soy yo quien ahora siente que a veces, en la tarea periodística, cuando uno se pone a revolver la mierda termina enchastrado por la mismísima mierda, en medio de ella. Por eso escribo en primera persona, me hago cargo.

En 2011 yo trabajaba en Clarín y, como muchos saben, una de mis obsesiones era investigar a Ricardo Echegaray, que era titular de la AFIP en tiempos del kirchnerismo más implacable. Yo seguía el desempeño del funcionario desde el conflicto de 2008, porque Néstor y Cristina Kirchner lo habían enviado a la ex ONCCA (Oficina de Control Comercial Agropecuario), a bloquear las exportaciones, perseguir opositores, y sobre todo recaudar de los frigoríficos con los ROE Rojos y de otros sectores con las compensaciones. Luego pasó a la AFIP y se llevó todo ese andamiaje de corrupción consigo. Saqué un libro con todos los presuntos delitos que cometió en ese tramo de su carrera, algunos de los cuales se confirmaron y otros se fueron olvidando con la complicidad de una parte de la justicia.

Estando Echegaray en la AFIP en 2011 me llegó la noticia de que una licitación para limpiar la sede central del organismo estaba completamente amañanada, y que el Estado iba a pagar el doble de dinero por la tarea contratando a una empresa vinculada a la política, desplazando de esa tarea a la pequeña pyme Ricardo Bilbao, que venía haciendo la limpieza del edificio desde 1981, y por la mitad del dinero que pedía Limpiolux. Publiqué la nota en el diario y la única consecuencia, pese a la evidencia, fue que decenas de trabajadores de Ricardo Bilbao fueron expulsados como perros de todas las reparticiones del Estado. La empresa debía cerrar y ellos se quedaban sin trabajo.

La culpa que me carcomió en aquella ocasión fue mucha: Todavía hoy me pregunto si vale la pena la publicación de una nota periodística, por más verdades que denuncie, si provoca que una o más personas puedan perder su trabajo.

Seis años después, en 2017, el juez federal Sergio Torres procesó a Echegaray por administración fraudulenta en perjuicio del Estado y negociaciones incompatibles con la función pública, y dispuso contra él un embargo de 15 millones de pesos. El motivo era aquella licitación trucha por la limpieza de la AFIP, por la que todos nosotros habíamos pagado el doble, durante añares. Se hacía justicia pero el daño ya estaba hecho: la empresa Bilbao no funcionaba más y decenas de personas habían perdido su trabajo. Echegaray, al despedirlas sin contemplación, había matado al mensajero que denunciaba la corrupción dentro del Estado.

Me sucede exactamente lo mismo por estas horas: Por decisión del secretario de Agricultura, Fernando Vilella, dos abogadas que trabajaban desde hace 15 años en el Estado fueron injustamente despedidas y al parecer yo tengo parte de la culpa. Pese a formar parte de una nueva gestión que se supone viene a combatir la corrupción y a enfrentar a la casta, el subsecretario de Mercados Agropecuarios, Agustín Tejeda Rodríguez, y el nuevo director nacional de Control Comercial Agropecuario, Matías Canosa Fano, las acusaron de filtrar y hasta de “venderme” información oficial. Y por eso las dejaron sin trabajo, en la calle.

El problema es que yo no conozco a ninguna de las dos abogadas despedidas. Y si no las conozco, mal puedo haber recibido información de ellas.

Recién supe de su existencia cuando fuentes de la anterior gestión me contaron del caso. “¿Es cierto que echaron gente de la Secretaría porque las vincularon con vos? Las acusan de filtrarte información”, me escribieron. Recordé de inmediato el caso Bilbao y me corrió frío por la espalda. Porque yo ni las conozco. Realmente que no las conozco. Prácticamente no tengo trato personal con ninguno de los empleados de la Secretaría de Agricultura en actividad, salvo los del área de Prensa.

Cuando confirmé con los delegados de ATE Agricultura la veracidad de estos despidos, que se suman a otros recortes bastante inhumanos que viene haciendo Vilella dentro del organismo, lo primero que hice fue preguntar a los colaboradores más estrechos del secretario qué había sucedido, cuáles eran los motivos. También les aclaré de entrada que no habían sido ellas -las dos abogadas despedidas- quienes me habían filtrado un documento oficial ni nada por el estilo, y que por eso no correspondía sancionarlas y mucho menos despedirlas. Por supuesto que me rebajé y pedí clemencia por ellas, que dieran marcha atrás con esa decisión: “No pueden ser tan mala gente”, me acuerdo que les advertí, muy enojado.

Lamentablemente se revelaron como eso: han resultado ser mala gente. Como Echegaray, en este caso Vilella termina cortando el hilo por lo más delgado. En vez de enfrentar la realidad y corregirla, termina lanzando una caza de brujas mirando para otro lado, conviviendo con la corrupción, y despidiendo al mensajero.

Con el agravante de que es tan torpe este secretario de Bioeconomía que esta vez ni siquiera le acertó al mensajero, porque yo a estas dos mujeres -repito- no las conocía.

Supe recién rato después de qué documento se hablaba cuando se hablaba de una filtración. Era un informe interno muy mal escrito por el ex coordinador técnico de la ex ONCCA, Gerónimo Sarría, que estaba dirigido a Tejeda Rodríguez y Canosa Fano, fechado el 6 de febrero, en la que el funcionario jerárquico confirmaba una información que este cronista había publicado dos días antes: el paulatino desmantelamiento de los controles informáticos a molinos y frigoríficos durante la gestión de Alberto y Cristina, previa a la llegada de Milei al gobierno, y de la cual Sarría formaba parte y era corresponsable.

La que sigue es la nota que publicamos el 4 de febrero. Todo el mundo sabe que es cierto lo que dice, porque hoy los controles electrónicos casi no funcionan más. Resulta evidente que Vilella y Tejeda Rodríguez, una vez que la leyeron, pidieron explicaciones a Sarría. Curioso, pero los recién llegados le pedían aclaraciones al que había estado mientras se hacían las macanas, en vez de investigar su desempeño:

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Lo cierto es que el documento inofensivo, que confirma que tanto Sarría como su jefe Luciano Zarich hicieron poco y nada para mantener los controles electrónicos que tanto dólares le había costado implementar al sector privado (molinos y frigoríficos), llegó a mis manos al menos una semana después de escrito. Me lo enviaron otras fuentes que no voy a revelar, porque los periodistas no tenemos obligación -bajo ningún aspecto- de revelar nuestras fuentes. Nadie me lo ha pedido. Pero muy lejos están de ser las dos mujeres despedidas ahora injustamente por Vilella.

Según pude saber después, a ellas se las acusa de haber descargado del sistema interno el documento en cuestión. Yo no veo ningún pecado en eso, pues se supone que toda la información del Estado debería ser de acceso público. Y mucho menos un motivo para el despido. No fueron ellas quienes me lo pasaron. Yo no las conocía.

Pero se nota a la legua que tanto Vilella, como Tejeda Rodríguez y Canosa Fano sí tienen motivos para preocuparse. Incluso el nuevo director de la ex ONCCA, ex consultor especializado en AGTech Ganaderas, ahora envalentonado con su nuevo puesto en el gobierno, habría acusado falazmente a estas dos empleadas de filtrar la información a este medio a cambio de dinero.

En Bichos de Campo no cobramos ni por las notas que publicamos ni pagamos por la información que recibimos. No es difícil de entender para quien está acostumbrado a caminar por este lado correcto de la vida. Nadie le cobró a Canosa Fano cuando suplicaba por sus chivos como consultor:

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Las dos mujeres expulsadas de mal modo de Agricultura quizás hayan cometido una infracción a las normas administrativas o de “confidencialidad” al descargar un informe que no estaba dirigida a ellas. Y quizás hasta merezcan una sanción disciplinaria, un apercibimiento o algo por el estilo. Pero nunca un despido, y menos en esta época tormentosa que vivimos los argentinos.

Puedo probar perfectamente que yo no las conocía ni les pedí ningún expediente. Honestamente, ese escrito era vulgar y no aportaba ningún dato novedoso a lo que todos sabemos: en la gestión anterior de la ex ONCCA, entre muchas otras trastadas, se desmantelaron todos los controles electrónicos a molinos y frigoríficos.

¿Y entonces por qué tanta saña de Vilella y sus colaboradores con esta dos empleadas? Es buena la pregunta. Tristemente cada vez parece más que claro que en vez de depurar a los funcionarios corruptos o ineficientes de la vieja gestión, el ex decano de la FAUBA ha elegido el camino de hacer la vista gorda, o peor aún ser cómplice, pese a que él mismo lo niegue enfáticamente y se haga el ofendido cuando alguien se lo sugiere.

Como Echegaray, que simulaba indignarse frente a cada una de las denuncias que lo salpicaban, y luego recorría los pasillos buscando los culpables de cada filtración, para exterminarlos como cucarachas. Vilella lanzó su propia “caza de brujas” en busca del mensajero y no del delincuente. Patético.

De Luciano Zarich, Gerónimo Sarría, José Secchi, y Alberto Martínez Alonso (entre otros funcionarios de muy dudosa eficacia y calidad moral) ya se ha escrito bastante. Pese a ello, todos han tenido la posibilidad de reubicarse dentro del Estado, seguir cobrando buenos sueldos. Todos ellos posiblemente vuelvan a las andadas en cuanto el contexto se los permita. Vilella, quizás ya jubilado, será uno de los responsables. Y yo los seguiré investigando.

Luego de una tensa espera a mi pedido para que reviertan la decisión de los despidos, allegados del secretario de Agricultura finalmente anoche me comunicaron que las dos empleadas acusadas falazmente de filtrarme información no tendrán la más mínima consideración, aún cuando solo -como la mayoría de los empleados anónimos de Agricultura- esperaban de la nueva gestión un poco de justicia.

Como un hombre de poca dignidad se me ha revelado el secretario de Agricultura de Javier Milei, cuya única militancia previa para llegar al cargo fue ser contratado (sí, pagado) por un grupo de empresarios para redactar la plataforma agropecuaria de la que carecían los libertarios. Este caso de los despidos deja en evidencia que Vilella porta con el orgullo de los hombres mediocres, que suelen subir la apuesta cuando uno les muestra que estaban equivocados. Es el caso de estas dos mujeres injustamente despedidas.

Debo contar un par de infidencias más para que los lectores entiendan por completo la situación.

Antes de asumir, Vilella se enojó públicamente con una nota de Bichos de Campo que reflejaba el malestar de ciertos sectores empresarios que advertían que estos sujetos cuestionados -a los que ahora claramente protege-,iban a intentar permanecer en sus cargos. En aquel momento, el secretario nos acusó públicamente de “operar” en su contra. Ahora la realidad demuestra que aquel texto premonitorio no estaba errado, pues muchos de los funcionarios de la ex ONCCA -como Echegaray en aquella licitación- siguen en sus cargos, cerca suyo.

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Luego, el secretario de Estado se ofendió cuando este medio contó otra realidad incontrastable, porque hasta salió publicada en el Boletín Oficial: que la Secretaría de Agricultura había perdido su histórica autonomía financiera, administrativas y jurídica, al decidir el Ministerio de Economía trasladar ese área de Gestión Administrativa y de Personal a la órbita de la Secretaría de Industria y Desarrollo Productivo. Esto quiere decir que Vilella no está más en condiciones de contratar por las suyas ni siquiera un lustrabotas. Pero puede despedir a gente inocente, vaya paradoja.

Frente a ese hecho irrefutable (la intervención administrativa de Agricultura), de nuevo Vilella nos acusó de mentir, aunque más tarde tuvo que reconocer la información. El funcionario acaba de despedir a otro grupo de abogadas que eran las que “llevaban la firma” del secretario de Estado en as últimas gestiones, para evitar que se cometieran macanas con la jurisprudencia. Como Agricultura ya no decide casi nada ni maneja recursos propios, el argumento para echarlas fue que ya no las necesitaban.

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La última infidencia que les quiero contar es que hace unos días, frente a nuestra constante crítica periodística por lo ineficaz de su gestión en Agricultura, Vilella convocó a este periodista a su despacho, pera tener una suerte de aproximación reconciliatoria. Allí se preguntaron cosas y se zanjaron algunas dudas, como debe suceder entre un funcionario y la prensa. Pero quedó muy claro que el funcionario de Milei estaba tirando la toalla, pidiendo un poco de clemencia de nuestra parte hasta poder dejar atrás los malos tragos de los primeros meses de gobierno. ¿Malos tragos? Vale recordar que el gobierno hizo todo lo contrario de lo que Vilella propone: quiso subir retenciones, demoler el programa de biocombustibles, otras cosas cruzadas inexplicables de los libertarios.

En esa reunión quedó clara también la ilusión del funcionario de relanzar su gestión, después de casi tres meses perdidos desde que asumió, en el marco de la Expoagro 2024, la mega muestra que se realiza la semana que viene en San Nicolás. Eso fue lo que más o menos pidieron sus asesores políticos y de comunicación: un poquito de clemencia. Y eso fue lo que escribí, aunque ahora pienso que he sido demasiado generoso para con un personaje que finalmente no tiene los quilates ni la estatura de buena gente necesaria para conservar mi simpatía.

Pues no merece clemencia quien no es capaz de mostrarse clemente frente a gente inocente, que no hizo más chusmear un expediente pedorro, pensando que esta vez capaz si era posible hacer justicia..

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Repetimos que el funcionario despidió a dos abogadas del Estado, acusándolas de hacer algo que no es cierto que hicieran. Repetimos que Tejada Rodríguez inició una caza de brujas mientras mantiene a los funcionarios corrutos a su lado. Repetimos que Canosa Fano tuvo la infeliz decisión de sugerir que las despedidas habían cobrado dinero por esa supuesta filtración que no cometieron.

Como Echegaray, Vilella mató al más débil, y encima de tan torpe se equivocó de mensajero. Y con este gesto tan autoritario, tristemente le marcó la cancha a todo el resto de empleados dignos que hay en la Secretaría de Agricultura, que ven absortos como sobreviven las matufias, que siempre ganan los malos y que si alguno se anima a desafiar esa lógica terminará expulsado. Porque ese es el mensaje de los cazadores de brujas.

Si yo fuera empleado digno de la Secretaría de Agricultura, a partir de ahora miraría fijo a los ojos de esos tres funcionarios cada vez que me los cruce por los pasillo, con cara de reproche colectivo, de desazón, de frustración ante las promesas de un cambio que nunca llega. Algo así como: “Vos no te merecés estar ahí porque no tenés la dignidad suficiente y nosotros tampoco merecemos este maltrato”. Sepan esos empleados dignos que sus compañeras de trabajo han sido mal despedidas.

A los productores y empresarios que se lo crucen la semana que viene en las calles polvorientas de Expoagro, donde Vilella paladea su relanzamiento, también les pido que lo observen con detenimiento: Verán al secretario mendigando un poco de un respeto que ha demostrado no merecer. El respeto no se construye con gestos autoritarios.

Me preguntan varios colegas a los que les he dado este texto a leer antes de difundirlo por qué no me limito a contra la información y no me meto yo personalmente en el fango de esta pelea con el funcionario. Pero son ellos los que me metieron, al acusarme de pagar por una filtración, al despedir gente inocente, al hacerme recordar que la culpa también es mía, porque publiqué algo incómodo que -a los ojos del poder- no debía haberse publciado.

La mayoría de ustedes saben que yo soy impulsivo, que me puedo equivocar, pero que no miento y mucho menos que pagaría por información. Esa es una falacia digna de Echegaray y su banda. Y la están repitiendo Vilella y sus subordinados.

Yo no conocía a esas abogadas despedidas, ni me pasaron ningún expediente y mucho menos pagaría por información, mal que le pese a Tejera Rodríguez y a Canosa Fano, de los cuales me fastidia escribir tanto pretencioso apellido.

Yo no las conocía. Con una de ellas, ya despedida, hablé recién anoche, para comunicarle con tristeza que habían sido vanos mis intentos por convencer por las buenas a Vilella de revertir esta decisión. La culpa otra vez me carcomía.

Pobrecita, ella se hacía cargo de la pequeña responsabilidad que les tocaba en esta tragicomedia: la de chusmear una nota que había escrito Sarría, pensando inocentemente que sería removido de su cargo, y descargarla del sistema al que pueden acceder casi todos. Pobrecita, me dijo: “Ahora mi principal preocupación es conseguir otro trabajo y honestamente no sé si conviene que cuentes esta historia. Finalmente todos los que tenemos un poco de alma de justiciera terminamos siempre perdiendo. Si nos exponés con nombre y apellido, lo más probable es que nadie quiera contratarnos”.

Mientras la mujer exponía este razonamiento feroz, implacable, yo me acordaba cómo había terminado la historia de los trabajadores de limpieza de la empresa Bilbao, que habían sido echados como perros de la AFIP de Echegaray solo por rebelarse y contarme las matufias frecuentes del Estado. Al día siguiente de que yo saqué en Clarín una crónica contando su expulsión, la inmensa mayoría de ellos fue contratado para limpiar un enorme edificio de la avenida Libertador, porque uno de los consorcistas había leído mi artículo y decidió proponerle a sus vecinos que ese era un buen modo de hacer justicia con los que se les animan a ser buenas personas.

Yo confío en que en esta ocasión pueda suceder lo mismo. Porque ningún artículo periodístico, por más atinado que parezca, vale la pena si lo que se pone en juego es un laburo.

Espero que haya justicia para los que se le animan a los mediocres, para los que se le animan a los corruptos.

Mediocres o corruptos, la historia lo dirá, ambos son parte de la misma mierda que a veces nos salpica y nos duele a quienes solamente hacemos periodismo.

La entrada Una larga crónica para explicar por qué Fernando Vilella me recuerda a Echegaray y ya no merece mi respeto: Inició una “caza de brujas” por una filtración y despidió gente inocente en Agricultura se publicó primero en Bichos de Campo.

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